miércoles, 1 de abril de 2009

AHORA

Entró, sólo el silencio, como un viejo y querido amigo la esperaba. La puerta detrás de ella era el límite entre la realidad de los otros y la suya. Caminó desnudándose, no de ropa y joyas, de la carga que el día imponía sobre ella.
Entró en otro tiempo, su tiempo, afuera, la noche era la misma de siempre, pero a la vez única para ella.
Los ritos de nuevo, el agua fresca, limpiando sus manos, refrescando su rostro.
La música, única reemplazante del silencio, aunque este fuera parte de ella.
Su belleza era proverbial, mezcla de rasgos, y, lo más importante, iluminada desde el interior, muchos la habían deseado, era consciente de ello, pero solo compartiría el amor con aquel que la interpretase, no como a un acertijo, sino como a la integridad que era.
El abrigo se deslizó de su cuerpo, parecía una caricia lejana, en el tiempo y en el espacio.
Los pensamientos, rápidos, agudos, precisos mutaron (¿efecto del ambiente?), se volvieron pausados, suaves, aunque no perdieran su precisión, es como si los bisturís se hubieran vuelto plumas. Ese cambio se reflejó en su rostro, de una belleza fría y distante, comenzó a aflorar la dulzura que sólo conocían aquellos que la amaban y a quienes ella amaba.
Caminó, danza secreta sin espectadores para disfrutarla.
Describir sus movimientos, imposible, los adjetivos se agotaban antes de haber logrado siquiera una aproximación. Quizás solo armonía era una palabra apropiada. Eran como los gestos del director de una orquesta, se apreciaban por sus resultados, solos en el vacío, movimientos sin sentido, con los elementos correctos, herramientas creadoras de obras magníficas.
En este caso los elementos eran simples, casi vulgares, un vaso, una bebida, un cigarrillo, un encendedor…
Cuanto duró la ceremonia? Para un observador objetivo quizás demasiado, la prolijidad y el cuidado la demoraron, la bebida se deslizó en el vaso y la botella volvió a su lugar, el cigarrillo en sus labios se encendió, la primera voluta de humo se elevó, casi sin perder su forma hasta diluirse. Si alguien, con el amor que ella anhelaba, la hubiera estado viendo, seguramente habría sentido una profunda gratitud por la contemplación de esa sinfonía.
El escenario estaba completo, una obra con una protagonista y sin espectadores se desarrollaba, sin guión, sin final, y aún así perfecta en su integridad y consistencia.
El último y silencioso participante esperaba, impactante en su sencillez, función y forma juntos, un sillón ocupaba ahora el espacio de la escena culminante.
Ella caminó hacia él con la serenidad de una dama, dirigiéndose a un encuentro con un viejo conocido, mas allá del deseo y de la ansiedad.
Reposó en él. En ese momento, al fin, la imagen estuvo completa. Su mano, alzando el cigarrillo, la otra apoyada en su mentón, soportando el peso de sus pensamientos. Los cabellos ensortijados enmarcando la serenidad de su rostro. La definición de belleza es absolutamente personal, pero esta sobrepasaba las diferencias. Sus labios, entrecerrados, ocultando su sonrisa.
Y mas allá de todo, dando origen a su mirada, ocupando el centro de este cuadro, con el misterio y el brillo de la eternidad….sus ojos.

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